No hay caso. Hay cosas que arrastro conmigo. Las pierdo de vista, a veces por mucho tiempo. Llego a olvidarlas. Pero fatalmente reaparecen.
Reordenar la biblioteca, quitar el polvo de los libros (eterna e inútil lucha contra la más basta de las entropías) es uno de los tantos modos en que estos reencuentros se producen. Así aparece un pequeño libro para preadolescentes. El gesto maquinal de acariciar la tapa dura es reflejo, inevitable.
El título es “Al Sahara en globo”. Lo reviso y descubro que se trata de uno de esos libros que son al mismo tiempo un juego. Al final de cada página se me formulan dos o tres alternativas. La alternativa que yo elija me envía a determinada página. La cadena de elecciones lleva a uno de varios finales posibles.
Decido volver a vivir aquella aventura.
Todo comienza en el sur de Francia. El protagonista (soy yo) alquila un globo aerostático. Previsiblemente, el viento me arrebata el control, me cruza por sobre el Mediterráneo y me abandona en el Sahara.
Si decides esperar ayuda, ve a la página X…
Si decides buscar el camino de regreso, ve a la página Y…
Este libro es defectuoso, según redescubro. El universo en el que funciona es inconsistente. El tono es exageradamente infantil. Las alternativas que se me brindan son arbitrarias. No importa.
Caprichosamente, a tono con este libro tan mal construido, al cabo de varias decisiones encuentro una cueva en pleno desierto. ¿Cómo? De nuevo, no importa. Todo lo que pasó antes, todo lo que comenzó, todas las alternativas que elegí. El caso es que aquí estoy, en una cueva que tras una hostil entrada me arroja a un pasillo, que imagino oscuro, tal vez tenebroso.
Al cabo de una caminata indeterminada llego a una explanada vagamente circular. La escasa luz que llega desde la entrada de la cueva apenas permite distinguir los contornos. Bajo las suelas de mis zapatillas el suelo se percibe rocoso, duro, hostil. Los sonidos han desaparecido. El aire que respiro me remite a cosas que no puedo discernir. Recuerdo de pronto un texto que hablaba de olores abstractos, no alusivos… ¿En qué mundo estoy?
Empotradas en la pared que cierra la caverna hay tres puertas. Una azul, una blanca, una roja. Estoy ante una decisión y tres destinos.
- ¡Esto se pone filosófico! – me río. Hay un leve eco que figura que la cueva se ríe conmigo. ¿O de mí?
Conozco los trucos de este tipo de juegos. Los destinos que me aguardan detrás de cada una de las puertas son desconocidos. No solo eso. Son inimaginables. Al fin de cuentas estoy, como tantas otras veces, en el interior de un libro. Para peor, un libro preadolescente. No tengo aún (o he extraviado momentáneamente) la sensatez adulta que me permita trazar la línea entre lo posible y lo imposible.
Repito mi reflexión. No tengo ningún indicio, ni el más mínimo, que me permita si quiera imaginar lo que me aguarda detrás de la puerta azul, de la puerta roja, de la puerta blanca.
La cueva, con su silencio, se torna amenazante. Parece urgirme mudamente a decidir.
Detrás de cada una de esas tres puertas pueden agazaparse la mayor delicia, el pavor infinito, el dolor insoportable, el vacío, la brisa suave, el llanto permanente, el desafío, la recompensa, la muerte. ¿El renacimiento?
También puede estar esperándome, por qué no, un nuevo eslabón de la cadena infinita de alternativas.
En algún momento me he sentado en el suelo. Pienso, pero no en ideas concretas. Miro a las tres puertas como pidiéndoles que me brinden una señal, una pista. Me responden con su quietud, su mutismo, su indiferencia.
La cueva se ha vuelto un universo en miniatura abandonado por su demiurgo. No hay cambios y por lo tanto no hay tiempo. La cueva me observa. Las puertas no saben que yo estoy allí.
¿Es posible salir de aquí?
De pronto surge un rumor. Crece. Las paredes tiemblan. El piso se agrieta. El techo de la cueva comienza a derrumbarse. Las piedras caen en cascada, el polvo… Los ecos del derrumbe retumban como una risa cavernosa. Tal vez sea su última broma, el último truco del demiurgo antes de abandonar para siempre su creación…
Si deseas arriesgarte a lo desconocido, elige una de las tres puertas y enfrenta el destino incierto que te aguarda detrás de ella.
Si deseas, en cambio, regresar al mundo del que provienes, corre hacia la boca de la cueva y vuelve al polvo de tus libros.