Es la medianoche del 25 de abril
de 1974 y Portugal comienza su despertar. En las radios suena un himno
clandestino. Es Grândola, Vila Morena,
una de las tantas canciones prohibidas por la dictadura más longeva de Europa.
Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
O povo é quem mais ordena
Dentro de ti, ó cidade
El Estado Novo lleva cincuenta años en el poder. Ya hace tiempo que ha muerto Antonio de Oliveira Salazar, el dictador eterno. Pero bajo el mandato de su sucesor, Marcelo Caetano, nada ha cambiado. Los interminables años del régimen han ido dejando un largo reguero de empobrecimiento y tristeza. Uno de cada siete portugueses ha sido arrojado al exilio. Y los esbirros de la terrible Policía Internacional e de Defesa do Estado se pasean a sus anchas por todo el país, desde Bragança a Tariva y desde Guarda a Coimbra persiguiendo y torturando, mientras en la lejana África las colonias de Angola, Mozambique y Cabo Verde, que sufren aún el expolio y la humillación de parte del carcomido imperio portugués, suspiran contemplando la reciente independencia de sus hermanos continentales.
Em cada esquina
um amigo
Em cada rosto igualdade
Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
Avanza la madrugada, y la señal convenida ha marcado el incio de
la revolución. Los jóvenes capitanes del rebelde Movimento
das Forças Armadas comienzan la marcha sobre Lisboa. Y a medida que van
pasando las horas, Grândola, Vila Morena va sonando cada
vez con más fuerza. El capitán Salgueiro Maia ha elegido esta canción como
símbolo de un movimiento que quiere acabar con cinco décadas de tiranía. Suena
también en la radio E depois do adeus,
de Paulo Carvalho, la balada que ha obtenido el último puesto en el Festival de
la Canción Europea de ese año, pero que tenía reservado un sitial épico en la Historia. Resuenan apenas como un murmullo al principio, y al poco tiempo todo
Portugal está cantando, toda Lisboa se está poniendo de pie para recibir a los
conjurados que marchan en busca del reducto del dictador.
À sombra duma azinheira
Que já não sabia a idade
Jurei ter por
companheira
Grândola a tua vontade
A pesar del ruego expreso de los
capitanes, preocupados por la seguridad del pueblo, las multitudes salen en torrente a las calles de la capital. Miles
de claveles rojos son puestos en la boca de los fusiles, dando la bienvenida a los libertadores. Los portugueses están
diciendo que no quieren matar, aunque estén dispuestos a morir. Y Zeca Afonso,
el padre de la Grândola, sin
sospechar siquiera que su canción se está convirtiendo en himno y leyenda, es
uno más de aquella marea ardiente de heroísmo y borracha de libertad. Soldados
y pueblo marchan codo a codo estrechando el cerco del Terreiro do Paço, último bastión del despotismo. Y entonces, Salgueiro
Maia en persona presenta el ultimátum a Caetano. Durante el parlamento resuenan
los únicos disparos de la jornada. Provienen de miembros de la PIDE acantonados
junto con su jefe, y provocan la muerte de cuatro manifestantes, cuya sangre
será la única que habrá de ser derramada durante la revolución. El Estado Novo, que termina su existencia sin gloria ni grandeza,
acaba de cometer su último crimen.
Han pasado treinta y ocho años desde aquel 25 de Abril. El sueño
quedó en el camino, cuando Portugal acabó ofreciendo mansamente su cuello a la
guillotina del neoliberalismo. El enemigo ya no es un déspota envejecido. Ahora
es un monstruo sin rostro ni nombre que arrasa con todo dejando a su paso sólo
esperanzas rotas y países en ruinas. Y Portugal, como toda Europa, sufre en un
silencio que duele pero que también preanuncia un clamor que no podrá ser acallado. Porque mientras en cualquier rincón de Porto, de Evora o de Castelo
Branco haya alguien que entone Grândola, vila morena, los claveles de la revolución seguirán sin marchitarse.
1 comentario:
Muy buen relato y la verdad no tenia ni idea del 25 de abril portugues
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