jueves, 6 de junio de 2013

Big Bang



Al apretar el antebrazo contra el pecho pasan dos cosas. Una de ellas es una descarga que me estremece desde el hombro hasta las uñas y que contengo con un gemido sordo porque imagino que no me gustaría que me preguntaran si me duele mucho. La otra es que el agujero en mi muñeca comienza a vomitar sangre a chorros. Esto me produce un regocijo morboso y masoquista. Cada descarga resulta una agonía. Una dulce y terrible agonía. Soltar el brazo y dejarlo caer sobre la mesa dispuesto a comenzar una nueva excavación resulta oscuramente excitante.


La punta del cuchillo remueve algunos pedazos de carne y trozos de piel que quedan colgando. Mis dientes vibran. Mi cuello está tenso y erecto, como un diapasón. Los dedos de la mano izquierda y de ambos pies se crispan y las mandíbulas se vuelven de acero, abocadas a la exhalación de una retahíla gutural que no sabe si es de dolor o de placer. Percibo el sudor brotando de mis sienes y precipitándose sobre mi pecho desnudo. También mi espalda es recorrida por un reguero ardiente. No sé si podré seguir conteniendo la respiración, pero decido no detenerme. La punta del cuchillo se detiene, indecisa por un instante. Finalmente escarba a mayor profundidad, y mi grito es agudo y breve. Después de haber arrastrado algunos pedazos más de muñeca, retiro el cuchillo y lo examino en silencio. La sangre que baña la hoja me resulta totalmente ajena, como si no estuvieran allí la descarga y el dolor para recordarme que se trata de mi propia carne y mi propia sangre. No puedo reconocerlas, las miro en muda interrogación, no del todo seguro de su realidad, y me pregunto el por qué de esto.


-¿Por qué hago esto?-


Ahora que me he sentado en el sillón y que he dejado caer mi brazo izquierdo al costado, me siento libre. Dejo que mi cabeza se desmaye sobre el pecho velludo y húmedo y entonces la herida comienza a arder, a latir, a aullar. A mis pies, desparramados en un caos que figura un infierno desconocido, hay goterones de la sangre que ha seguido manando y hay trozos de muñeca de distintos tamaños y formas. El cuchillo ensangrentado cae entre ellos y percibo en las muelas el ruido de su hoja metálica rebotando en la dureza del suelo. 


Siento mucha sed, mucho calor y mucho frío. La herida se agiganta ante mis ojos vacíos. Si los abro, laten mi estómago y mi garganta. Si los cierro, veo una herida inabarcable, veo con pavorosa cercanía cada uno de los vasos que se han roto, todas y cada una de las células profanadas, veo millones de hilos que se agitan y se retuercen cono serpientes enloquecidas, veo fibras de carne que a cada espasmo se humedecen con la sangre que brota sin pausa desde su interior, veo un océano de tejidos revolviéndose, ardiendo al contacto con el aire que entra como un huracán sulfuroso por el hueco, este hueco profundo e interminable que el cuchillo ha abierto.


Mientras araño mi rostro con la mano derecha, mientras aprieto mis dientes y giro hacia el costado, levanto a mi agonizante mano izquierda y la dejo morir sobre el apoyabrazos. La herida es (por fin lo entiendo) la definición exacta y terrible del universo. Entre mis sienes palpitantes intento buscar lo que significa este dolor disparatado que jamás podré explicar ni describir. Apenas logro atrapar este instante ínfimo e intrascendente, esta superficie que es menos que un átomo dentro de un universo indiferente a mi herida, y a todas las heridas. Y la sangre sigue cayendo, y cada gota que cae y estalla contra el piso, se convierte en un fugaz universo donde hierven millones de células y billones de heridas, con cada una de las cuales somos mutuamente indiferentes.


Todavía no sé por qué hago esto.


sábado, 4 de mayo de 2013

Manual Instructivo Misceláneo de Escritor Gordo (selección)


Instrucciones para mirar llover (Capítulo XLIX)

La contemplación de la lluvia es una actividad recreativa de gran interés, capaz de innumerables matices según las circunstancias en que se la desarrolle. A continuación brindamos una escueta instrucción para vivir esta experiencia en toda su intensidad.

Para un sujeto

Precondición número uno: Es necesario que esté lloviendo.

Precondición número dos: El sujeto debe poseer capacidad visual. Si usted es ciego, suspenda la lectura de este instructivo y diríjase al capítulo ‘Instrucciones para oír llover’ de este mismo manual, donde dará con las recomendaciones adecuadas.

Desarrollo: Comenzado el fenómeno meteorológico de precipitación de gotas de agua sobre la superficie (en adelante lluvia), el sujeto podrá optar por dos modalidades de visión.

  • Modalidad indoor: Ubicado bajo un techo protector (que puede ser el de una casa o cualquier otro edificio) el sujeto debe dirigir su vista hacia una ventana abierta o cualquier otro agujero permanente practicado en la pared de la vivienda. Desde aquí disfrutará una visión de la lluvia limitada por las dimensiones de la antedicha ventana, pero igualmente estimulante.
  • Modalidad  outdoor: Situado en cualquier espacio abierto (plaza, vereda, calle, parque, etc.) el sujeto podrá gozar del espectáculo pluvial con solo mantener los ojos abiertos, sin importar hacia donde los dirija. Esta modalidad presenta una serie de desventajas consecuentes, tales como: mojadura, calado de huesos, enlodamiento y eventuales resfríos ulteriores.

Para dos o más sujetos

Aplícanse las mismas instrucciones referidas para un sujeto individual. Sólo que de esta manera se pueden verificar consecuentes situaciones molestas. A título de ejemplo detallaré algunas:

  • Amontonamiento de sujetos en la vecindad de la ventana (modalidad indoor), lo cual da lugar a violentos forcejeos y empujones en procura de una mejor visión.
  • Comentarios aburridos por parte de los demás sujetos, a los que hay que contestar en virtud de las normas sociales vigentes. Algunos de los más usuales son: ‘Mierda, cómo llueve, ¿eh?’, ‘Esto le viene bien al campo’, ‘Acá caen dos gotas y se inunda todo’, 'Yo lo que tengo miedo es que me entre humedad en el garage', ’A mí me gusta más cuando hay sol, qué querés que te diga’ o ‘En serio, cómo llueve, ¿eh?’.
  • En caso de que la lluvia provoque un corte de luz, los demás sujetos entrarán en pánico y pondrán en marcha los tediosos protocolos previstos para esta situación, obligándolo a usted a seguir los mismos (ver ‘Instrucciones para cuando se corta la luz’, capítulo CCXXVII).(…)





Instrucciones para contar un secreto (Capítulo MCCXXIX)

Pocas actividades resultan más placenteras que la de traicionar la confianza de un ingenuo que nos ha revelado un secreto, ventilando el mismo a diestra y siniestra.

La tarea de publicar o difundir un secreto exige varias condiciones previas. Una de ellas es la de contar previamente con un amigo que profese un alto grado de intimidad con usted. Esta precondición no es sencilla de cumplir, pero con años de paciente ejercicio de amistad puede conseguirse. Esto lo convertirá en firme candidato a  depositario de una confidencia por parte de algún gil que crea que usted es una persona cabal.

La otra condición es contar con un universo de amistades o conocidos comunes con aquel pobre individuo. Es de esperar que en este corpus se cuente un alto porcentaje de chismosos a quienes pudiere interesar vivamente la revelación malsana de cualquier secreto. 

Planteado este escenario, sólo resta esperar a que su incauto amigo comparta alguna intimidad con usted. Imaginemos un ejemplo. Usted está en poder de un secreto de alta criticidad y decide divulgarlo entre los terceros involucrados, con consecuencias imprevisibles. Es que su amigo le ha confiado que está harto de su esposa (la del amigo, no la suya de usted), que medita la posibilidad de abandonarla y que, además, está manteniendo encuentros furtivos con una joven compañera de oficina. Usted toma nota y promete mantenerse en silencio. Inmediatamente después de esto, usted se dará a la tarea de comunicar toda la información recibida a los siguientes sujetos:

  • La esposa de su amigo, persona de carácter posesivo e histérico.
  • Los hermanos menores de la mujer, propietarios respectivamente de ciento ocho y ciento seis quilos, noveno dan de karate shotokan este y veterano de Tormenta del Desierto aquel.  
  • Las amigas de la mujer, personas de fuerte sentido solidario y poseedoras de un carácter violento y vengativo.

Cumplido este punto, a usted solo le resta esperar el día siguiente a la hora en que su amigo sale de la oficina. Entonces podrá atestiguar el linchamiento de este pobre diablo confiado por parte de los enfurecidos comunicandos de su secreto, espectáculo que usted contemplará oculto detrás de una columna, riendo a mandíbula batiente (…)”






miércoles, 1 de mayo de 2013

Héroes de Haymarket


El 30 de Noviembre de 1887, José Martí -poeta, periodista, libertador en ciernes- escribió lo siguiente:

“...Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro... Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: ´La voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora´. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable...”

¿Quiénes eran estos hombres? ¿Qué camino habían recorrido cuya meta acaso inevitable había sido el cadalso?

Hay que volver al siglo diecinueve, a la revolución industrial, a los cambios tecnológicos y a un capitalismo que se reinventa como tantas veces habrá de hacerlo. Al menos esta vez no tiene reparos en mostrar su cara más cruel. Y en las fábricas que proliferan en las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos, los trabajadores dejan la piel y la vida. No hay los derechos más elementales para ellos. No hay ley que proteja de despidos arbitrarios, garantice salarios dignos, establezca condiciones de seguridad o regule la duración de la jornada de trabajo. Los asalariados -hombres, mujeres, niños- se convierten, entonces, en los nuevos esclavos.

Al calor de las ideas socialistas y anarquistas comienzan a surgir las primeras uniones y sindicatos. En Londres, París, Nueva York y todas las grandes urbes, se multiplican huelgas y manifestaciones. Los obreros cometen el crimen de exigir ser parte beneficiaria de la riqueza que están creando. Pero la reacción no se hace esperar. El poder económico cuenta con aliados invalorables. Son los gobiernos, con sus aparatos represivos siempre alistados, y la prensa liberal, que castiga y demoniza a los agitadores del orden establecido.

La ciudad de Chicago, en el norte de los Estados Unidos, no escapa a esta realidad. Acá la lucha se enfoca en la consecución de la jornada laboral de ocho horas. Una auténtica locura, según acusan los medios gráficos, que llevará al país a la ruina. Indignante, irrespetuoso, delirio de lunáticos antipatriotas, son algunos de los epítetos que el New York Times, el Philadelphia Telegram y otros periódicos arrojan sobre los maquinistas de tren que trabajan dieciocho horas diarias.

Luego de larga lucha, por fin la jornada laboral de ocho horas es ley. Pero las grandes empresas la ignoran. 

El 1 de Mayo de 1886 estalla la huelga. 

Cientos de miles de trabajadores se movilizan durante ese día y los dos siguientes. Los incidentes y la represión provocan muertos y heridos. Adolf Fischer, obrero alemán y redactor del periódico Arbeit Zeitung, corre hasta la redacción y allí imprime miles de octavillas donde se convoca a un acto para el próximo 4 de Mayo en la plaza Haymarket Square, en pleno Chicago fabril. En la proclama se lee:

“Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormick, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza! ¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos de sangre trabajadora? Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los ricos se llenaban vasos de vino costosos y se bebía a la salud de los bandidos del orden... ¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís! ¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!.”

El acto convoca a más de 20.000 personas. La policía vigila. Comienzan los incidentes y una bomba estalla entre las filas de los uniformados, matando a uno de ellos. En respuesta, estos abren fuego sobre la multitud, y un número indeterminado de obreros cae abatido. La prensa se ensaña con ellos y dictamina: “El elemento laboral ha sido picado por una especie de tarántula universal y se ha vuelto loco de remate: piensa precisamente en estos momentos en iniciar una huelga por el logro del sistema de ocho horas”. Además, exige juicio y castigo ejemplar a los truhanes y demagogos.“Qué mejores sospechosos que la plana mayor de los anarquistas. ¡A la horca los brutos asesinos, rufianes rojos comunistas, monstruos sanguinarios, fabricantes de bombas, gentuza que no son otra cosa que el rezago de Europa que buscó nuestras costas para abusar de nuestra hospitalidad y desafiar a la autoridad de nuestra nación, y que en todos estos años no han hecho otra cosa que proclamar doctrinas sediciosas y peligrosas!”. Y aunque no hay pistas sobre quién puede ser el responsable de haber lanzado la bomba sobre las filas de la policía, el juicio y castigo ejemplar se cumplen. Entonces George Engel, Adolf Fischer, Albert Parsons, August Spies y Louis Lingg, cinco trabajadores, cinco luchadores, son condenados a morir en la horca. Desde entonces, pasarán a la historia como los Mártires de Chicago. Hoy, en la plaza de Haymarket un sencillo monumento recuerda a quienes derramaron su sangre por desafiar al poder, pero la mayoría de los estadounidenses no conoce su historia y cada día pasan de largo, con indiferencia, por esa esquina donde aún late en silencio el espíritu de quienes decidieron no vender su lucha.


Ciento treinta años después, el panorama ha cambiado mucho en sus formas, pero no en su fondo. El capitalismo ha aprendido a maquillarse rostros amables y sonrisas que prometen la felicidad general, aunque estas máscaras engañan cada vez a menos gente. En todo el mundo, aún continúa la pelea por la igualdad, los salarios dignos, las condiciones humanas. Y aún muchos mártires cuestan y han costado cada conquista, cada derecho obtenido que luego hay que defender. Lejos de acabar, la lucha sigue, en un mundo cada vez más globalizado y deshumanizado, donde cientos de millones de trabajadores malviven con salarios de hambre mientras los grupos de poder económico concentran cada vez más el poder e impunidad.

Los Mártires de Chicago no fueron los primeros, y ciertamente no serán los últimos en caer. La justicia, según parece, seguirá requiriendo una cuota de sangre. Por eso Engels, Fischer, Parsons, Spies y Lingg se han convertido en emblema y símbolo de la reivindicación de la dignidad trabajadora. Nada mejor, entonces, que ejercer la memoria y rescatar su legado en cada 1 de Mayo y en cada día de nuestra vida como aquello que más nos honra: nuestra condición de trabajadores.