miércoles, 6 de marzo de 2013

Las trece rosas

Yo vivo en el país del olvido, lo sé muy bien y lo compruebo a diario. Por eso hoy quise traer una historia que viene de otro país que, en ese sentido, es muy parecido al mío.
Esta es la historia de las trece rosas de España. Las trece muchachas que, el 5 de agosto de 1939, derramaron la sangre inaugural de la dictadura de Franco.

Carmen Barrero, 20 años. Una rosa.

Algunas de ellas eran militantes de las Juventudes Socialistas, y hasta el último segundo de la guerra habían creído que la victoria era posible, que Europa se uniría a ellas para hacer frente a la avanzada fascista que comenzaba a cernirse sobre el continente.

Martina Barroso, 24 años. Dos rosas.

Pero la Historia tenía otros planes. La derrota republicana fue pronto una dolorosa realidad. De todos modos, las chicas decidieron que la lucha no había terminado, y que debía seguir adelante. Ya se vería cómo. Pero se habían jurado que el Generalísimo no la tendría fácil.

Blanca Brisac Vázquez, 29 años. Tres rosas.

El régimen se presentó en todo su macabro esplendor. Durante aquel verano, Madrid vivió en su piel aún herida un infierno de detenciones, torturas y fusilamientos. La propaganda instaba a la delación de cualquiera que se interpusiera -o pretendiera hacerlo- en el camino de los nuevos amos del poder.

Pilar Bueno, 27 años. Cuatro rosas.

Las chicas no tuvieron miedo. Pero los espías pululaban por la ciudad, los pusilámines denunciaban  a destajo, los traidores vendían el alma al diablo. Y los capitostes del caudillo cumplían su función con toda eficacia, y esta era extender sus tentáculos hasta el último rincón donde pudiera anidar un rojo, o una roja.  

Julia Conesa, 19 años. Cinco rosas.

Los encargados de saciar la sed sangrienta de Franco habían tenido en la Gestapo una buena escuela. Las jóvenes lo pudieron comprobar en los centros de detención. La mayoría de ellas conoció allí el maltrato físico y psicológico, la vejación, la tortura. Y también la dimensión de su propia valentía.

Adelina García, 19 años. Seis rosas.

Después vino para ellas el tiempo de la cárcel. La prisión de Ventas había sido construida en 1933 durante la Segunda República. En aquel entonces su primera directora, la sufragista Victoria Kent, se había propuesto hacer de ella un espacio de dignidad y recuperación de seres humanos. Pero ahora el nuevo régimen la había reconvertido en un hacinadero de presas. Eran cuatro mil en un lugar cuya capacidad era de cuatrocientos.

Elena Gil Olaya, 20 años. Siete rosas.

Allí estaban todas. Madres con sus hijos, mujeres hechas y derechas que habían transitado los senderos del sacrificio y habían caído en los abismos del desamparo. Y también muchachas de sangre aún adolescente que desafiaban al desconsuelo y obligaban al optimismo, llenando el patio de la prisión de risas, juegos y cantos. Niñas cuyos corazones temblaban de amor con cada carta que llegaba trayendo las palabras de las madres que resistían y de los novios que seguían peleándola desde cualquier parte.

Virtudes González, 18 años. Ocho rosas.

El 29 de julio, cerca de Talavera de la Reina, tres militantes de las Juventudes pasados a la clandestinidad emboscaron y mataron a Isaac Gabaldón, comandante de la Guardia Civil, inspector de policía militar y encargado del "Archivo de Masonería y Comunismo". También a su hija y a su chofer. Se formó entonces un Consejo de Guerra, y allí fueron a dar casi sesenta “rojos”, la mayoría de ellos ya en prisión al momento del atentado.

Ana López Gallego, 21 años. Nueve rosas.

Las muchachas estaban incluidas en el grupo de los que serían sometidos a juicio sumarísimo. Una farsa siguió entonces a continuación. En menos de lo que canta un gallo, el tribunal decidió que todos eran culpables de rebelión y de intentar reorganizar a las Juventudes. Pecado que sólo podía saldarse con la condena a muerte.

Joaquina López Laffite, 23 años. Diez rosas.

La madrugada del 5 de agosto, cincuenta y siete hombres y trece mujeres fueron conducidos ante los muros del cementerio de la Almudena. Ellas iban cantando:

Somos la joven guardia
que va forjando el porvenir
Nos templó la miseria
sabremos vencer o morir
Quizá el camino hay que regar
con sangre de la juventud…

Dionisia Manzanero, 20 años. Once rosas.

Primero fue el momento de los hombres, cuando aún era de noche. Y cuando el sol comenzaba a alumbrar con rayos pálidos e indiferentes el cielo de Madrid, fue el turno de ellas. Las balas franquistas se tiñeron entonces con esa sangre que había llegado hasta allí cantando su verdad.

Victoria Muñoz, 18 años. Doce rosas.

Lo que vino después fueron cuarenta años de olvido. Cuatro décadas que, como podemos ver hoy, dejaron una herida aún abierta. Pero la derrota no fue total. En algunas conciencias quedó latiendo la memoria. Y la memoria fue entonces al rescate de tanto amor y tanta entrega.

Luisa Rodríguez de la Fuente, 18 años. Trece rosas.

Así fue esta historia, y así la resumió Virtudes: No me matan por criminal. Me matan por una idea que creo justa, y por ella muero. Los de hoy, como aquellos, son aún tiempos de creer en ideas justas y de pelear por ellas, ya no contra dictaduras sino contra poderes que aprendieron a disfrazarse de democráticos. Y que para sus fines instan a la indiferencia y a la desmemoria. Tal vez por eso, quiero rescatar las palabras que Julia escribió a su madre como despedida.

Muero como debe morir una inocente. Que mi nombre no se borre de la historia.

Quédate tranquila, Julia. Descansa en paz con tus hermanas, que no es el olvido lo que te espera. La lucha que iniciaste no se detendrá. Porque tanto en tu España como en mi Sudamérica, hoy somos millones para asegurarnos de que eso no suceda nunca.