martes, 20 de junio de 2023

Córdoba, 1993

Nota: Este cuento es un crossover de Una breve carrera 

Casi todos habían compartido ya su anécdota. El tema, escabroso, incomodaba un poco a Valeria pero, en cambio, había entusiasmado a todos los demás. Especialmente a Cecilia, que se dirigió ansiosa a Mateo, hasta entonces callado. 

- ¿Y vos, te pasó alguna vez de que hayas querido matar a alguien? -

Mateo, interpelado, abrió los ojos casi exageradamente, como tomado por sorpresa. Pero luego relajó la mirada, sonrió y giró hacia Ramiro.

- Sí - contestó. Y señaló con el mentón - Al pelotudo este. - Todos sonrieron, entre la sorpresa y la curiosidad. Ramiro también sonrió, algo incómodo.

- La cosa fue así. - empezó Mateo. - Nos habían invitado a una fiesta en la loma del orto, en Estación Flores. ¿Sabés dónde es? Agarrás Fuerza Aérea como yendo a Carlos Paz, le metés derecho casi hasta el final, justo antes de llegar a la zona de la Fábrica Militar hay una salidita a mano izquierda. Bueno, agarrás por ahí, entrás, vas por una calle fiera, de tierra. De un lado están las casas, del otro lado es un descampado. Re oscuro, mal iluminado. Como a las diez cuadras agarrás de vuelta a la izquierda, como volviendo al centro. Primero está Villa Aspasia y después, bajando a la derecha, está Estación Flores. No sabés. Re oscuro, un cagazo bárbaro teníamos. Íbamos en un Fiat Spazio que era de una amiga, la Mica. Éramos un montón, me acuerdo que estaba este, la Gringa, la Jimena, el Tomi, Andrea que creo que iba con el novio... No me acuerdo si iban también la Sonia y la Tamara...-

- No - confirmó, lacónico, Ramiro. Su memoria era prodigiosa.

- Bueno, igual éramos un montón, ocho o nueve, metidos como sardinas en ese Fiat Spazio de mierda, todo destartalado... La vida que le dio la Mica a ese pobre Fiat. En fin, llegamos, para colmo no conocíamos a nadie, la invitación a la fiesta nos había llegado medio de rebote, creo que de toda la gente que había, de pedo conocíamos -y más o menos- a uno solo. Medio rara la onda, había tipos grandotes, melenudos, de barba, traspirados, unas minas todas vestidas de cuero, con cadenas, con tachas, las mechas pintadas, todos tatuados, algunos eran onda medio hippie, otros medio punk, un zoológico... Claro, ahora es normal, pero yo te hablo de los años noventa, y más nosotros que veníamos más del ámbito medio cheto... Bué, la cuestión es que entramos, la entrada principal era como un garage, después venía una cocina larga y un patio con galpón al fondo, una música rara, una mezcla de cumbia y fiestera tipo Auténticos Decadentes, cuarteto no era... No sabés, al mangazo tenían la música, pero al mangazo mal, qué se yo... A qué no olía esa casa, a pachuli, a marihuana, a té de boldo... - 

Hubo carcajadas generales. Mateo continuó. 

- ... A todo olía esa casa. Al principio medio que nos costaba integrarnos, después nos fuimos enganchando, la Jime - que después hay otra historia tremenda con la Jime esa noche, háganme acordar - fue la primera que se animó, entró a bailar, a chupar... -

Ramiro, que escuchaba con los ojos bajos, no pudo contener una sonrisa. Cecilia lo advirtió.

-¡Ay, mirá cómo se ríe el hijo de puta! - gritó exaltada. Luego giró, demandante, hacia Mateo - ¿Qué pasó? ¡Contá! - 

- Bué, dejame contar. Resulta que arranca la joda, ahí estábamos, dándole... Y qué se yo, tipo... dos, dos y media... ¿Dos y media habrán sido? -

Mateo se volvió hacia el silencioso Ramiro solicitando tácitamente una confirmación.

- Sí, ponele...- murmuró este.

- Más o menos dos y media, che... la tragedia. Escuchamos que gritan: "¡Se terminó el fernet!" -

- ¡Huy, no... tragedia! ¡El fin del mundo! - exageró Cecilia juntando las manos, excitada por el rumbo de la historia.

- Huy, el drama... - siguió Mateo - Empezaron todos, que qué hacemos, que qué macana, que qué se yo... Claro, era tanta la gente, se ve que se les había ido la mano, habían invitado a todo el mundo, si nosotros mismos estábamos de rebote y no creo que fuéramos los únicos, y claro, tenían una sola botella y se había acabado... Estaban todos ahí discutiendo, que cagamos, que ahora dónde conseguimos, que por acá está todo cerrado, que a esta hora olvidate... Y por ahí se lo ve acá al ... -

Mateo dejó la frase inconclusa y en cambio extendió el brazo hacia Ramiro, como presentándolo a los demás. Cecilia abrió la boca, asombrada. Pablo ahogó un "¡No!". Ramiro bajaba la vista, tratando de evitar las miradas.

- El Ramiro que levanta el dedito y así, medio timidón, no va y dice..."Yo conozco un kioskito que abre toda la noche y que vende fernet, seguro". ¡Para qué! Se dan vuelta todos, lo miran, se le tiran encima, lo palmean, por poco no lo levantan en andas, le gritaban "¡Maestro!" y este que se reía como un boludo. Hasta que por ahí dicen "Dale, vamos, te llevamos, ¿adónde queda?" y este contesta... - pausa intencionada de Mateo... - "...En Nueva Italia", dice el Rami - 

Más risotadas de todos menos de Valeria, que preguntó en voz baja a Nico. Este, sin dejar de reírse, figuró con los dedos un rectángulo que representaba la ciudad de Córdoba. Con el índice izquierdo señaló la ubicación de Estación Flores -abajo a la izquierda- y con el derecho la de Nueva Italia, en el extremo opuesto del rectángulo. Entonces Valeria también se desplomó en carcajadas. Mateo miró a Ariel y le aclaró: "Vos, Ari, que sos de Buenos Aires... para que tengas una idea, imaginate que la fiesta era en Sarandí y el kiosco quedaba, ponele, en Monte Grande". Ariel se rió con ganas y abrió los brazos, como reprochando la exageración.

- ¿Y fueron? - preguntó Pablo, ansioso.

- ¿Que no? - replicó Mateo - No sabés, esas bestias era tal la desesperación, que si hacía falta se iban a Catamarca, a buscar el fernet... Salimos en una Renoleta que daba pena, que el Spazio de Mica era un Audi último modelo al lado de esa Renola. Eran dos de los flacos, que iban adelante, y el Rami y yo atrás... Bah, flacos... El que manejaba medía como dos metros y el otro uno noventa y cinco, parecían osos. No sé cómo entraban y no sé cómo aguantaba esa Renoleta, vos vieras cómo tosía, cómo chirriaba ese cascajo de auto... -

Sonó el timbre. Habían llegado las pizzas. Todos estaban entusiasmados con el relato de Mateo, así que Enrique se apresuró a pagar y a despachar al repartidor. Luego arreglarían.

- Bueno - continuó Mateo - Agarramos Fuerza Aérea, con el Rami que iba guiando. Fuerza Aérea, el Ala, Roca, Cañada, luego Colón, 24 de Setiembre, Roma... llegamos a la Bulnes, y a la altura del Deportivo cruzamos el paso a nivel y agarramos el bulevar Las Malvinas. Bueno, ahí íbamos, por ahí el que iba en el asiento del acompañante, cagándose de risa, se da vuelta y le dice al Rami "¿A dónde mierda nos estás llevando, flaco?". Y ahí nomás el Rami le dice al que manejaba: "Maestro, metete en el barrio, en la próxima doblá a la izquierda". 

- Ay, no me digás que se perdieron - anticipó Valeria, azorada.

- No, no, pará... - se rió Mateo alzando la mano izquierda - Peor. El grandote que manejaba pega el volantazo y ahí no sé por dónde nos metimos... Hicimos como dos, tres cuadras y de vuelta el Rami, "ahora doblá a la derecha". Y el flaco doblaba. Y de vuelta "ahora a la izquierda", "y ahora a la derecha", y así... hasta que de pronto... No sé, yo de pronto veía que la calle era de tierra, recontra estrecha, que de pedo pasaba la Renoleta, estaba todo oscuro... íbamos entre unas casas de chapa... ¡El hijo de puta nos había metido en una villa! - 

Ante el espanto general Mateo miró hacia Ramiro que, sonriente y con la vista baja, agitaba el dedo negando.

- Te imaginás el cagazo... - siguió Mateo - Yo pensaba "Bueno, acá nos roban, nos violan y nos descuartizan, no necesariamente en ese orden" - las carcajadas atronaron. Mateo aprovechó para tomar unos tragos de la cerveza artesanal que había traído Lucas y que estaba buenísima. Aún no se habían terminado de calmar las risas cuando Enrique urgió:

- Bueno, dale, seguí. ¿Qué pasó después? - Mateo terminó de beber y el vaso quedó vacío.

- Yo estaba con los huevos acá. - Mateo se tocó la garganta con el índice y el pulgar - Y los dos grandotes de adelante iban callados, seguro que también iban cagados. El Rami nomás era el único que estaba tranquilo. Ni luz había, la única forma de ver era con los faros de la Renola, mejor dicho con "el" faro, porque para colmo estaba tuerta... Che, en un momento veo que ya ni calle de tierra era, ahora era una huella que iba entre unos pajonales que medían la altura del auto más o menos. "¿Dónde mierda estamos?", me acuerdo que le grité al Rama. En un momento miro para adelante y veo que nos íbamos derecho a un paredón de esos de bloques de cemento, ahí medio sin terminar, en medio de la nada. El que manejaba pregunta "¿Flaco, y ahora qué hago?". Y el Rami le dice "Cuando llegues al paredón doblá a la derecha". Dobla a la derecha el gordo, seguimos por otra huella un poco más ancha, por ahí pasamos como un puentecito de madera sobre un canal, que eran dos tablas, no sabés cómo crujió cuando pasamos... Por ahí vuelta a doblar, agarramos otra calle de tierra, al costado había un descampado, y al fondo se veían unas luces. Bueno, no me acuerdo cómo, pero por fin llegamos a una calle con asfalto, algunas casas, por lo menos ahora estaba un poco más iluminado, pero igual daba miedo... -

A este punto Mateo se había puesto serio. El recuerdo de aquel recorrido en la tiniebla había revivido en su corazón con todo el dramatismo de entonces. Y así lo habían comprendido los demás, que ya no se reían tanto. 

- Bueno - se recompuso Mateo. - La cuestión es que de golpe el Rami dice "Ahí está, ahí está, frená". Y ahí estaba el kioskito, un antro que no sabés, en una esquina. Había unos cuatro o cinco especímenes chupando en la vereda que nos vieron llegar y nos miraban con una cara de ganas de asesinarnos... - Aquí todos volvieron a reírse, menos Enrique que parecía el más ansioso por conocer el desenlace.

- Bajamos a comprar el fernet con Rami - siguió Mateo - y con el otro grandote que iba de acompañante. Se acerca el Rami al kiosco, lo atiende un viejo que estaba ahí, con una cara de ex presidiario que no te cuento. Al Capone era Blancanieves, al lado de ese. "Maestro, ¿tiene fernet?", le dice el Rama. "¿Cuántos?", contesta el viejo. Nos miramos entre nosotros y decimos "¿Cuánto sale?". No me acuerdo cuánto sería en plata de entonces, pero era como si dijeras... cuatrocientos dólares... ¡Un huevo y la mitad del otro! - 

Carcajadas violentas de todos. 

- Carísimo, nos arrancó la cabeza. Y bué, no nos quedaba otra... Nos alcanza la botella, el viejo, y no sabés... - Entonces Mateo juntó las manos y levantó la mirada al techo, agitando la cabeza.

- ¡Me imagino! - casi aulló Cecilia - 

- Mirá: Una botella del año del pedo, de litro, marrón... La agarro, me pregunto "¿Qué mierda es esto? Quiero saber de qué me voy a morir"... Me fijo, etiqueta hecha con papel de cohete y dibujada con Sylvapen, yo creo... Ahí leemos: "Fernet marca", ponele, 'Carlitos González'...", qué Branca ni las pelotas - 

Más carcajadas violentas. "¡Ay, no, truchazo!" - ladró Cecilia, que no podía evitar el añadir explicaciones innecesarias.

- "... Ingredientes: Agua de deshecho de curtiembre..." - siguió Mateo.

- ¡Me estás jodiendo! - interrumpió Valeria, horrorizada.

- "... alcohol de quemar y jarabe para la tos vencido" - continuó Mateo, con inusitada seriedad.

- ¡Noooo! - gritaban todos y se retorcían de la risa.

- ¿Pero eran en serio esos ingredientes? - insistía Valeria, incrédula. Los demás seguían riendo, especialmente Cecilia. Sus carcajadas eran altísimas. Ramiro cerraba los ojos, como si le molestaran un poco esos agudos berridos cerca de su oreja.

- Es que con este hijo de puta nunca se sabe cuándo habla en serio y cuándo habla en joda - aclaró Nico, riéndose.

- ¡Seguí, seguí! ¿Qué pasó? -

- Volvemos al auto, le decimos al grandote que manejaba que habíamos conseguido el fernet, por suerte. Entonces el gordo le dice a Rami: "Bueno, flaco... espero que te acuerdes cómo volver, porque yo ya me perdí". Y entonces el pelotudo... - 

Mateo meneaba la cabeza, aún incrédulo... 

- ... Este pelotudazo... - señaló a Ramiro, que se había tentado por fin - ... le dice, con su vocecita: "No, para salir es fácil, la avenida está ahí adelante, a media cuadra" -

Todos rieron y gritaron. Entonces Mateo se apuró a pedir silencio.

- Vos sabés - retomó - que nos quedamos los tres duros, hasta que los dos grandotes se dieron vuelta, yo me giré... todos lo miramos como queriendo matarlo... Y le gritamos "¡Pero pedazo de hijo de mil putas! ¿¡Y entonces para qué mierda nos hiciste dar toda esa vuelta por la villa y el andurrial!?" - Mateo, teatral, crispaba sus manos y hasta mostraba un rostro desorbitado, como si en lugar de estar relatando la situación la estuviera viviendo. Finalmente dijo:

- Y contesta, el boludazo... "Es que esta cuadra es contramano" -

Mateo tuvo que esperar cinco largos minutos a que los demás se calmaran. Cecilia casi se ahogaba de la risa explicando: "¡Esta cuadra es contramano, decía! ¡Y eran las tres de la mañana!". Valeria, la única que permanecía seria, todavía no se convencía de la veracidad de los ingredientes del fernet y de la marca "Carlitos González". Enrique se había levantado y pegaba trompadas contra la pared del estar. Pablo repetía, con lágrimas en los ojos: "¡Qué hijo de puta! ¡Qué hijo de puta!". Rami sonreía, como aliviado de que la parte más dramática de la historia hubiera quedado atrás... 

Finalmente, Mateo cerró el relato contando cómo, ya más calmados, emprendieron el largo viaje de regreso en el que no faltaría accidente al terminarse la nafta de la Renoleta a la altura de Lagunilla, lo que los obligó a empujarla durante ocho largas cuadras. "Y acordate que en esa época no había celulares", explicó Mateo paternalmente a Facundo, el más joven de la reunión. 

- ¡Bueno, bueno! - retomó Cecilia, ya recompuesta y siempre ansiosa - ¡Ahora contá la de la Jime que dijiste! -

- No, pará... - pidió Mateo - Dejame recuperarme un poco. Porque cada vez que me acuerdo de la que nos hizo este... - Miró nuevamente, con ojos asesinos, al sonriente Ramiro. Luego profirió un bufido y llenó su vaso hasta el borde con cerveza artesanal.