Primer día
Esta mañana, muy temprano (aún de noche) nos concentramos frente al galpón, tal como habíamos acordado. Nadie se retrasó. Yo había temido que a muchos les costara levantarse tan temprano. No solo no sucedió así, sino que además ya todos tenían su equipaje listo. Había decidido que partiéramos a esa hora para evitar las miradas de burla, o reproche, o maledicencia de los de la aldea. Salimos en silencio, sin necesidad de una orden. Creo que nadie miró hacia atrás. Abel, el mayor, se ubicó a mi lado. Me gustó que hiciera eso. Sé que confía en mí, y si él confía en mí los demás también.
En poco más de una hora divisamos el cañadón. Algunos, evidentemente, estaban emocionados al llegar al punto que jamás en su vida habían sobrepasado. Qué digo: Yo misma, con mis treinta años, jamás había ido más allá tampoco. Con Abel estábamos listos para ayudar, pero tanto las chicas como los chicos nos sorprendieron descendiendo ágilmente hasta el fondo, cruzando el lecho pedregoso y luego trepando como ardillas, tomándose de las salientes, hasta alcanzar el borde opuesto, el prohibido. Al llegar yo por mi parte al borde (me costó un poco más que a ellos) los reagrupé para continuar. No sé por qué me dio por acariciar la cabeza de Victoria. Ella se sorprendió primero, pero luego sonrió.
Hasta el cañadón habíamos caminado en silencio, unos aún soñolientos, otro tal vez asustados. A partir de allí, en cambio, caminamos a pura charla y risa. Cada tanto yo pegaba algún grito, especialmente a ese azote de Jerónimo, para que no se alejaran demasiado.
Yo calculo que, caminando a buen paso unos tres o cuatro días, llegaremos a ese río famoso del que nos han hablado.
De noche nos quedamos hasta tarde alrededor del fuego contando chistes. Creo que por los nervios de la partida y la alegría de la marcha me va a costar dormir esta noche, pese al cansancio de la caminata.
Segundo día
Bastante antes del mediodía ya hacía mucho calor. Hicimos un par de paradas. Ya debíamos de estar a unos quince o veinte kilómetros al norte del cañadón, según yo calculaba. La huella sigue entre el pajonal, aunque a veces se nos pierde. Por momentos se diluye en el pasto alto. En estos casos, con Abel y Camila tenemos que buscarla entre los yuyos. Cuando la encontramos, hay alivio. Un par de veces nos ha llevado más de un largo minuto detectarla y entonces nos llegan las preguntas ansiosas de los demás chicos. Pero no he tenido que pedir calma ni gritarles. Camila se ha ocupado de eso. Ya es claro que le disputa el lugar a Abel, pero este no creo que se dé cuenta. Él es buenacho, tranquilo, calladito. Camila, al contrario, siempre fue mandona, agresiva, malhablada. Y no se siente menos por ser un año menor. Abel obedece siempre lo que yo digo, solo a veces cuestiona pero cuando lo hace es con tino y de buena manera. Camila, en cambio, se hace repetir las cosas como si lo que una le dijera fuera una estupidez. Luego desaprueba con su cabeza, su sonrisa y sus silencios. Me dan ganas de cachetearla.
Por la tarde hubo que hacer una pausa bastante larga. Varios de los chicos y yo misma teníamos ampollas en los pies. El aire estaba húmedo y sofocante. La pausa fue silenciosa. Cuando dí la orden de reanudar la marcha, nadie se apuró demasiado a levantarse.
Por la noche hice el balance. Creo que hemos caminado menos de lo que yo esperaba. Bastante menos.
Tercer día
Marquitos se ha esguinzado un tobillo, pero por suerte fue algo leve. Fue bien temprano, recién salíamos. Se vé que habrá pisado mal. Le he hecho masajes y le he ajustado una tira de esa tela que traemos, a modo de venda. Me quedé arrodillada al lado de él consolándolo, esperando a que se sintiera bien para reanudar. Como se hacía rogar, finalmente, con Abel lo tuvimos que ayudar a pararse, y ahí recién se largó a caminar. Así seguimos por un rato. Más tarde se nubló y eso fue un alivio para nosotros, luego de dos días de sol muy fuerte. A Victoria y a Gabriel, que son muy blancos, se les ha ardido la piel en el cuello y la zona de las clavículas. Así que se quejan de lo lindo.
A eso del mediodía, encontramos un árbol bajo, coposo. Buen momento para almorzar a la sombra. Abel se puso a organizar la cocina sin que yo le tuviera que decir nada. Qué agradecida que estoy por eso. Ya estaba cansadísima. Cuando Camila empezó a servir, Marquitos dijo que no tenía hambre. Entonces ella lo agarró del mechón del flequillo, casi que se le pegó a la cara y le dijo: "¿Vas a comer o no?". Marquitos se asustó tanto que hizo que sí con la cabeza, aguantando las lágrimas. No me gustó que Camila hiciera eso. A Abel tampoco, y me miró como esperando a que yo interviniera. Pero preferí no decir nada para no echar más leña al fuego. Supongo que también tendrá que ver el cansancio.
Por la tarde, por momentos amagó con lluvia. Nos habría venido bien que refrescara un poco. Ya de noche hice de nuevo repaso. Camila se ha puesto bastante jodida. Tendría que hablar con ella, pero ¿en qué momento? Tal vez bien temprano, mientras los chicos aún duermen. Pero tendrá que ser en un momento en que ella esté menos agresiva. La otra que se me ocurre es pedirle a Abel que hable con ella. A lo mejor a él lo escucha más. A mí no creo que me haga caso. Son difíciles las chicas de catorce.
En cuanto al resto de los chicos... Abel, bueno, él está un poco más serio que lo habitual, pero lo entiendo. Es muy responsable y se siente un poco como yo, a cargo de esto. Gabriel y Victoria están callados, se pasan el día juntos, él tomándose en serio el papel de protector de su hermana. Jerónimo, como siempre, matoncito y provocador, hiriente y despectivo. Hartante. Marquitos, el más chico (siete años), anda mejor de su tobillo pero muy decaído de ánimo. Así se la ve también a Paulina. El resto (Leonardo, Guadalupe y Ana) están dentro de todo bien, aunque ya no bromean tanto. Es entendible, venimos muy cansados después de tres días de mucha caminata al rayo del sol.
Cuarto día
Estamos saliendo cada vez más tarde a la mañana. Me cuesta hacerlos levantar a todos. El camino se ha puesto peor. Seco, pedregoso, casi siempre en subida. La huella ya casi no se distingue. Por suerte lo tengo a Abel, que en seguida encuentra por dónde seguir. Me ha empezado a preocupar el tema del agua. He calculado varias veces hasta cuándo nos va a durar la que llevamos y que hemos empezado a racionar. Yo creo que tres o cuatro días.
Por la tarde comenzó a soplar un viento espantoso. Caliente, feroz, ululante, cargado de tierra. Se nos han llenado la cara, el pecho y el pelo de un polvo y mugriento, que se nos pega a la piel por el sudor. Por suerte, a los pocos minutos empezó a llover. Un aguacero descomunal. ¡Qué alivio! Seguimos caminando, a pesar de la lluvia, dejando a nuestro paso una estela barrosa y chapoteante. A los chicos les encanta caminar en estas condiciones. Viene muy bien que mejore el humor de todos.
Se hizo de noche. Al final no hablé con Camila.
Quinto día
Dormimos muy bien. La lluvia refrescó todo. Me sentía algo más aliviada, aunque aún no del todo tranquila. A esta altura, yo esperaba ya haber llegado al río. Pero bueno, confiaba en que en algún momento lo íbamos a encontrar. A partir de ahí, sería más fácil. El maestro nos decía: "Siempre siguiendo un río o arroyo cauce abajo van a encontrar civilización. El ser humano va a donde hay agua". Justamente, el agua que nos queda es para un día y medio, no más. Igual creo que deberíamos estar bien con eso.
La lluvia, como dije, fue un alivio. Pero también dejó el suelo hecho un barrial. Yo pensaba que un suelo tan seco lo iba a absorber todo. Pero fue al contrario. Al caminar se nos hundían los pies. Las sandalias y zapatillas se nos llenaban de barro y se pusieron pesadísimas. Agotador. Para empeorar, aparecieron unos bichos chiquitos, como jejenes, que nos empezaron a volver locos. ¡Eran un enjambre! Se pasaron el día zumbando y picando, insoportables. Y para completar, al mediodía salió el sol, que a esa hora era una cosa que nos empezó a abrasar.
Y entonces sucedió. Camila y Abel se agarraron. No sé qué fue lo que pasó. Ellos venían atrás, cuando de pronto sentí un par de murmullos, luego estalló un grito. Al darme vuelta la vi a ella que se le iba encima a él con las manos crispadas, queriendo arañarlo. Me asustó su expresión. Era la de una leona enfurecida. Se retorcía como una víbora, queriendo sacarle los ojos. Más me aterró verle la cara a él. Nunca, nunca, nunca en mi vida lo había visto a Abel así, con ese gesto. ¡Tenía la mirada de un asesino, de un pervertido! ¡Abel, precisamente! Le vi el pecho inflado, los brazos tensos. Lo enorme de sus puños. Si se le ocurría pegarle con esa manaza la podía matar, la podía triturar. Y para peor, veo aparecer a Jerónimo que venía lanzado como un búfalo a apoyar a su hermana. ¡Mocoso inconsciente! Me abalancé para evitar el desastre, y entonces la patada voladora de Jero me reventó la cadera derecha. Caí al barro sintiendo un dolor terrible, insoportable, en la cintura y en la pelvis. Intenté levantarme, pero me faltaba el aire. Creo que grité, veía las siluetas de los brazos, las piernas, los cuerpos que se pateaban. Escuché insultos, rugidos, ayes, el llanto angustioso, aterrado, suplicante de Victoria, de Marquitos, de Paulina. No sé, no sé cómo fue que logré levantarme y comencé a patear enceguecida, a gritar, a empujar, a separarlos. A los aullidos, a los insultos, a los rodillazos. No sé, no sé cómo hice. ¿Habrán sido unos tres minutos? ¿Cuatro? Cuando todo terminó, yo tosía, Victoria vomitaba, Marquitos lloraba, Guadalupe se había hecho un ovillo en el suelo, Paulina estaba pálida, con la mirada congelada... parecía un cadáver de pie. Camila, increíblemente, aparecía dominada, pero en actitud de recelo, mirando a su alrededor con los puños en guardia. Abel respiraba hondo, revolcado en la tierra, diez metros más allá, y la miraba con rostro perturbado, ansioso.
Es de noche. Estuve intentando dormir pero no pude. El dolor en la cadera es tremendo y se me cierra el pecho al respirar. Así que me levanté y me vine hasta acá, alejada, para estar sola. Estoy llorando desde hace un rato, diez, quince minutos. No sé, no puedo parar. No sé qué voy a hacer mañana. ¡Dios mío, me pregunto en qué momento... (ilegible) ...dentro de poco.
Sexto día
Antes de salir, los junté a todos. Quería reprenderlos y recomponer mi autoridad. Les dije con firmeza que una cosa como la de la tarde anterior no podía volver a pasar. Que hoy llegaríamos al río y que allí ya podríamos descansar. Que esperaba de ellos que actuaran con sensatez. No sé si me escucharon o me creyeron. Noté algunas miradas indiferentes. Otras, escépticas. Una que otra mueca burlona. En Abel creí ver un velado reproche, pero no sabía yo sobre qué. En cuanto a Camila, ni siquiera fingió prestar atención mientras yo hablaba. Con las manos a la espalda, miraba a la nada con calma helada, indiferente. Es obvio que no me escuchaba. Pero cuando pregunté a todos si mi mensaje se había entendido, giró hacia mí y asintió con una sonrisa encantadora. El resto solo devolvió murmullos.
Empezamos a caminar sin que nadie hablara. En un momento, Victoria se me acercó y me preguntó en voz baja si realmente creía que llegaríamos hoy al río. Le sonreí y le dije que sí, que estaba segura. Entonces se volvió corriendo hacia Gabriel y le dijo algo al oído. Este lanzó una risotada y luego escupió.
Pasó un rato. El aire se había detenido, el sol abrasaba, el silencio era total, el cansancio se tornaba cruel. Entonces escuché que cuchicheaban a mis espaldas. Era Jerónimo, que le contaba algo a Gabriel y a Victoria. Capté algunos fragmentos.
- ... el Abel se la quiere coger a mi hermana, pero... -
- ... la boba de la Marta, no, ni cuenta se da, ella cree que... -
- ... si hoy no llegamos al río, lo... -
No pude evitar un estremecimiento. Instintivamente, con torpeza, con sobresalto, giré buscando a Abel, a Camila. En ese momento ambos caminaban, cada uno por su lado, sin mirarse. Camila, seria, llevaba de la mano a Marcos. Abel iba solo, del otro lado. El mismo rostro sereno y cálido de siempre. Pero al cruzarse con mi mirada me pareció verlo sonreír de una manera que me inquietó. Preferí entonces volver la vista hacia adelante y no obsesionarme con lo que había escuchado.
Ha anochecido. La oscuridad llegó antes que el río. No lo entiendo. Yo estaba segura de que hoy lo íbamos a encontrar.
No puedo más. Estoy agotada. He dado la orden de detenernos y todos han obedecido sin hacer ningún comentario. Nadie me reclama por el elusivo río. Me siento a descansar, lo necesito más que nunca. Miro a Abel y a Camila. Se han puesto a charlar. Los veo empujarse en broma, entre risas. Luego él le toma la mano. Sonríen y...
¡Qué estúpida que fui! Ahora me doy cuenta de todo. Yo sacrificándome, arriesgándome para liberarlos de esa aldea de mierda y llevarlos a una vida mejor, como si fueran mis hijos... Y ellos... Camila con su imagen de chica mala, Abel con su disfraz de chico bueno. Me volvieron loca todo el viaje, hicieron todo el circo y resulta que me estaban conspirando ¡Qué hijos de puta los dos!
Ya sé lo que voy a hacer. Ya que tienen tantas ganas de coger, los voy a llamar y les voy a decir que mañana temprano salgan de avanzada a encontrar el río que, les aseguraré, no estará a más de cinco kilómetros. ¡Seguro que van a aceptar! Y ya sé por dónde los voy a mandar. Recuerdo bien lo que he leído e investigado sobre esta zona ¡Qué hermoso final van a tener estos dos mañana cuando lleguen a la ciénaga! Cuando se metan ahí no van a tener cómo salir. Ahora los veo charlar con el resto del grupo, a unos quince o veinte metros de donde estoy yo. Primero Camila los convocó, ahora Abel les está hablando. Y mientras él les habla, Marcos, Paulina, Guadalupe se dan vuelta un par de veces y me miran con los ojos enormemente abiertos. Yo les contesto con mi mejor sonrisa y un gesto que ellos no pueden entender.
Estoy furiosa, pero también deshecha de cansancio. Necesito dormir unas horas. Mañana, bien temprano, los llamo a los dos. Me parece que... (ilegible)... antes de que sea demasiado tarde. Pero no ahora. Ya no tengo fuerzas. Mañana...
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Notas del compilador:
1) El diario se interrumpe al terminar la crónica del sexto día.
2) La libreta en la que fue escrito fue hallada en una riñonera ajustada a la cintura de la autora.
3) El cuerpo de Marta fue encontrado a seis kilómetros del río.
4) No parece haber indicios de muerte violenta, pero tampoco se la puede descartar.
5) No se encontraron rastros de los niños y jóvenes mencionados en el diario.
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