lunes, 2 de enero de 2012

La balanza de la injusticia (contrapunto de sonetos)

Primero los hechos. Se produjeron hace algunos años, cuando nos juntamos a comer Luis (el hermano del Oso), Marce (la hermana de la Vero) y yo (el hermano de Mariana). Cocinamos de todo lo que nos gustaba -calidad- en volúmenes calculados mediante el uso de los mismos parámetros numéricos empleados por la FAO para sus estimaciones anuales sobre índices de obesidad en el mundo -cantidad- consiguiendo preparar (bastante) más de la comida suficiente para satisfacernos -eficacia- y logrando en el proceso el milagro de haber dejado limpios heladera, freezer y alacena mediante el aprovechamiento de hasta el último diente de ajo encontrado, solito su alma, en una taza rebelde escondida al fondo -eficiencia- .

Comimos al más puro estilo nuestro, es decir que lo hicimos con todo esmero. A conciencia. Con tesón. ¡Con alma de gordos! Porque se pueden cumplir al dedillo mil dietas lunares y disociadas, trotarse con sudadera las veinticuatro mil cuadras que componen la ciudad, viajar en bicicleta a Oruro y volver a Córdoba cortando camino por Recife, y pulverizar el récord mundial Guinness de abdominales invertidos, todos estos nobles lances que nos permitirían coronar con éxito el propósito de tallarnos un cuerpo digno del mejor atleta del mundo. Pero el alma..., el alma de gordo, esa sí no se talla con nada, no adelgaza, no se muere, no muta ni reencarna. Está allí, gritando sin palabras nuestra esencia, aquello que somos (los gordos de alma) que es ni más ni menos alguien que sonríe con beatitud de sólo pensar en un lomito completo, que se inspira poéticamente evocando la imagen de una pizza calabresa y que vibra en todas sus células al pasar frente a una obra en construcción, donde los muchachos se empecinan en sobrecargar de trabajo a nuestras glándulas salivales mediante el desconsiderado recurso de tirar sobre la vereda unas brasas, una parrilla y varios cachos de falda cuyo diabólico efluvio se nos mete por la nariz y se nos graba en el área de los recuerdos felices para quedarse allí, en torturante latencia, durante las cinco cuadras siguientes de nuestro camino.

Y así fue que, habiendo terminado de comer de tal guisa, fue que nos miramos entre nosotros. Y alguno tuvo que murmurarlo:

- Somos unos gordos.-

De alma, claro. De cuerpo, también y más. Apuremos el mal trago de recordar todo el proceso que consistió en levantarnos de la mesa, buscar la balanza y el centímetro, pesarnos (lo que arrojó resultados preocupantes) y de tomarnos medidas de pecho, cintura y cadera (lo que arrojó resultados terroríficos).

- ¡No podés tener TANTO de cadera! -

- ¡Chuy! ¡Miren quién habla! ¿Querés que te recuerde cuanto diste vos de cintura? -

- ¡Cállense! ¿No se dan cuenta de mi drama? ¿De que nunca había visto que una balanza me diera el peso que me acaba de dar? Esto es mi debacle... ¿Estás seguro de que ese aparato funciona bien? -

- ¡Esto no puede ser! Tenemos que hacer algo... -


Y lo hicimos. Discutimos largo rato sobre cómo solucionar el estropicio que habíamos hecho de nuestros físicos y logramos acordar un plan de racionalización alimentaria y ejercitación física. Labramos  entonces un acta donde dejamos constancia de los trágicos parámetros corporales registrados en la fecha. Y sobre esa acta firmamos con sangre el juramento de cumplir el plan con disciplina nórdica durante el mes siguiente para, una vez cumplido dicho lapso, volver a juntarnos a verificar nuestros progresos. Los mismos deberían evaluarse de acuerdo a la evolución que mostraran aquellos indicadores que habían disparado la bengala de la vergüenza: Peso, pecho, cintura, cadera.

Y pasó el mes. Nos juntamos en lo de Luis. Tanto él como yo rezumábamos optimismo, ya que -tras sortear las lógicas dificultades del comienzo- habíamos terminado por seguir con minucia sendos regímenes alimenticios provistos por las mejores nutricionistas de la ciudad. Y ambos -esclavos del gimnasio desde una hora después de rubricada el acta de compromiso- habíamos rivalizado en romper registros en cuanta disciplina física acometimos: Carrera, resistencia, bicicleta, abdominales... Marcela, en cambio, acudió a la cita mostrando un rostro avergonzado y una voz quebrada por el remordimiento.

- ¡Ay...! Voy a andar mal... No me puse las pilas con el ejercicio ni me cuidé mucho con las comidas. Apenas sí rebajé un poco mi consumo de Coca-Cola de dos litros diarios a uno, además de reemplazar los cuatro alfajores de la merienda por medio paquete de galletitas "Oreo". - 

Y nos pesamos. Resultó que Luis había perdido cuatrocientos gramos. Yo, me había deshecho de otros trescientos cincuenta. Marcela, en cambio, había rebajado en tres quilos y medio. Y, lo peor de todo, ¡a la muy guacha se le notaba!

Hay cosas en la vida que son difíciles de explicar y, si además de inexplicables resultan dolorosas, aquella condición las torna decididamente inaceptables. La tal angustia tuvo que ser exorcizada del modo más noble y trágico: Convirtiéndola en doliente poesía. Aquí pues, con ustedes, los sonetos que intercambiamos Luis y yo como medio de mitigar tamaña desilusión.


Soneto de Luis

Después de analizar los resultados,
finalizado que hubo la reunión,
es mi deber decir, de corazón,
que realmente estoy muy decepcionado.

Entré a la competencia relajado,
actitud que devino en perdición,
comencé con una mala nutrición
y al fracaso acabé, entonces, condenado.

En consecuencia estoy muy deprimido.
Mi desconsuelo no conoce cota
ante la magnitud de lo ocurrido.

No es solamente mi triste derrota
sino tomar consciencia de que ha sido,
quien me ha ganado, esta negra chota.


Soneto de Rodrigo

Ciertamente, yo comparto el sentimiento
de sorpresa, tan ingrato como atroz.
Fue saber los resultados y sin voz
ni palabras quedar en tal momento

Mas no puedo conformarme en el lamento
porque golpe tan artero y tan feroz
nos exige una respuesta muy veloz
por lo cuál no hay que perder ya ni un momento

Redoblemos pues fatigas y cuidados
y a nuestro físico guardemos con esmero
y todo esfuerzo será recompensado

En esta lucha no hay cuartel y espero
que a la larga nuestro honor será lavado
de esta afrenta de la hermana de la Vero

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