Es llamativo el hecho de que ningún pensador argentino contemporáneo haya reflexionado jamás acerca de un tópico clave de nuestra cultura, uno de los elementos más conflictivos en lo que refiere a la formación del espíritu nacionalista en generaciones y generaciones de niños. Me refiero a la marcha patriótica “Aurora”, que ha sido entonada por los educandos de todas las escuelas del país desde tiempos inmemoriales durante los actos escolares, en el climácico momento en que la enseña patria es izada hasta el tope del mástil para ondear allí, idolatrada, plendorosa y ostentando su blime majestad.
No voy a descubrir nada diciendo que “Aurora” cuenta con una letra de alto vuelo poético. Sus autores, los señores Quesada e Illica, sin dudas contaron con amplio favor de las musas a la hora de escribir tan fervorosa marcha. Es por ello que resulta inevitable inflamarse de patriótico amor cuando entonamos sus estrofas ante la vista de la enseña que Belgrano noslegó después de haber cruzado el continente exclamando asupaso libertad.
Pero tal letra -precisamente por tan rica y pródiga en matices líricos- conllevó desde siempre, como consecuencia corolaria de dicha virtud, una inevitable y enojosa confusión entre quienes aprenden, de muy pequeñuelos, a cantarla por primera vez en las aulas y patios escolares. Ocurre que muchos de los términos, giros y figuras que la componen son, como ya dijimos, de una compleja riqueza que dificulta su interpretación, sobre todo a quienes, durante la misma época de su vida, recién hacen sus primeras armas de lectura con el concurso de libros de texto cuyo fatigoso esmero sintáctico y gramatical es inversamente proporcional al interés que despiertan sus contenidos.
Así las cosas, fue históricamente imposible evitar que las complicadas metáforas y las arcanas expresiones en que suelen incurrir los himnos argentinos en general –y "Aurora" en particular– derivaran con el paso del tiempo, a partir de la perdonable ignorancia de los jovencísimos estudiantes, en malinterpretaciones y deformaciones de la letra original, que se irían transmitiendo de hermanos mayores a menores y de segundos grados a primeros, enriqueciéndose y adquiriendo, paulatinamente, proporciones cada vez mayores de sinsentido y absurdo. Veamos.
Alta en el cielo, un águila guerrera
Audaz se eleva en vuelo triunfal
Verdad que hasta aquí no tenemos mucho material que se preste a ningún galimatías lingüístico, si bien no podemos dejar de señalar que mentirá flagrantemente quien diga que, a sus seis años de edad, interpretó cabalmente que lo que estaba cantando significaba, ni más ni menos, lo siguiente: Un águila guerrera audaz (que simboliza a la bandera) vuela triunfalmente hasta llegar al cielo que, como todos sabemos desde nuestra infancia y por mera comprobación empírica, se ubica muy alto. Pero obviemos esta caprichosa lectura del asunto y volvamos al meollo de la cosa pasando a los versos que siguen:
Azul un ala, del color del cielo,
Azul un ala, del color del mar
Nieguen ahora mis lectores que nunca se les ocurrió que lo que en realidad estaban cantando decía “Azulunala del color del cielo, azulunala del color del mar”. Pues que así era. Muchos niños se convencían, en su afán de darle una explicación satisfactoria a aquello, que el verbo “azulunar” debía por lógica significar algo así como “teñir de azul”, lo cual justificaba sobradamente el uso de la forma imperativa enclítica azulunala. ¿Acaso hay algo más evidente que la imperiosa necesidad de teñir periódicamente de azul una bandera que, expuesta a los céfiros invernales y a los inclementes soles del estío, está fatalmente condenada a perder su característico color original, tomado por el venerable Don Manuel del mismísimo cielo re-fulgente de nuestra patria? Prosigamos.
Allí en el asta aurora irradial
Punta de flecha el áureo rostro imita
La cosa comienza a complicarse para cualquier lego en poesía épica. No extrañe, pues, que muchas blancas palomitas se apresuren a creer que se debe cantar “Allienelasta”, expresión imposible de ser catalogada como barbarismo por el mero hecho de no poseer la mínima similitud con ninguna palabra de ningún idioma terrestre. ¡Pero que así dice la letra, pues! Afortunadamente, el hemistiquio siguiente viene a arrojar algo de luz en el camino, brindándonos algo con un sentido vago pero incuestionablemente válido: “Aurora y Radial”. Claramente, indica que la canción “Aurora”, que estamos cantando ahora mismo, está siendo transmitida simultáneamente por radio, con el noble fin de hacer llegar nuestras canoras voces a todos los hogares de la nación. ¡Como para no sentirnos todos hermanos con tan mágica comunión de argentinidad al palo del mástil! Envalentonados y con el pecho inflado veamos lo que sigue. ¡Pues que ahora sí que no hay consenso posible! Los argentinos somos conocidos por nuestra tendencia a la discordia y la polémica. Pero ¿cómo evadir tal condición si desde niños se nos somete a defender cualquiera de las tesituras siguientes?
“Punta de flecha, el áureo rostrimista”:
“Punta de flecha, Eladio, Rostro y Mirta”
“Punta de flecha, el audio rostro mira”
“Punta de flecha, el lado dos, primita”
Etc., etc., etc…
Los partidarios más encarnizados de cada una de estas alternativas se desviven desde siempre por imponer desaforadamente sus respectivas posturas desgañitando justificaciones imposibles según las cuales “rostrimista” es un tipo con rostro de optimista; “Eladio” es el nombre de un soldado correntino, íntimo amigo del Sargento Cabral, que peleó en la batalla de San Lorenzo y que mató él solo a cincuenta españoles; “Rostro y Mirta” se refiere una pareja de heroicos potosinos que refugiaron al comandante Balcarce luego del desastre de Oaky (o de Huaqui, o de Guaqui,
whatever) ... Y así
ad nauseam, de modo tal que incluso la estupenda e incuestionable “Punta de flecha”, de cristalina significación para la amplia mayoría del alumnado y la ciudadanía en general, cae también ante la acometida de la impertinencia infantil por obra y gracia de un ínfimo pero no por ello menos recalcitrante grupo de pequeños tempranos adictos a la literatura deportiva que no vacilan en convertirla en esta deleznable expresión:
“Puntaje fecha es lauro de optimista”
Tratemos de sobrevivir por nosotros mismos a tan sombrío torbellino de absurdos y huyamos hacia las frases siguientes, cuya dulzura y vibración tornan imposible el pronunciarlas sin henchirnos de espíritu albiceleste.
Y forma estela al purpurado cuello
El ala es paño, el águila es bandera
Imposible reducido a papilla por los noveles recitadores de nuestras escuelas primarias, que se empeñan en deformar significantes y significados al entusiasta coro de:
Informa Estela al Purpurado Cuello
Helala, este año el águila es pantera
Sólo la afiebrada mente de los pequeños dilettanti puede pergeñar tan desastrosa sucesión de atentados al espíritu nacional. Es necesario aclarar a quienes hayan podido seguir la lectura hasta este punto sin caer en calenturientos delirios regresivos, que no les parezca absurdo el citado ejemplo, toda vez que resulta una más que plausible explicación que algún párvulo disconforme haya acudido a su padre, tutor o encargado con la lógica y sana curiosidad de su edad enarbolando la inquietud titulada “Pa, ¿qué es purpurado?”, a la que el voluntarioso progenitor, tan pleno de amor paternal como desprovisto del adecuado e indispensable contexto aclaratorio de la cuestión, haya respondido ingenuamente que el tal vocablo no es ni más ni menos que un sinónimo culto de “obispo”. No hace falta más al infante para que la frase cobre sentido total en su intrincada lógica. Resulta perfectamente plausible que el Obispo Cuello, cuya entidad pasará desde ese mismo momento a revestir la fuerza de un auténtico mito urbano entre la generalidad de la población menuda, deba ser cabalmente informado de algo por parte de una comedida Estela. Ese algo queda puntual y definitivamente aclarado en el verso siguiente, donde se nos impone la novedad de que, dado que este año el águila se convertirá en pantera (según vaya a saberse qué insólita derivación de los ciclos del Horóscopo Chino empleada por los chicos a modo de burda deus ex machina) se torna perentorio que el citado obispo tome el recaudo de helarla (al águila, claro) a fin de evitar tan perturbadora transformación. ¿No es absolutamente lógico? Un águila congelada queda siempre siendo águila, por más veleidades mutantes que tuviere. ¡Triste destino sería el de una patria cuyos hijos permitieran que su bandera trocara en peine! Nosotros aquí, ya rendidos ante una retórica que de tan delirante se nos torna imposible de refutar, corremos hacia la luz que se percibe al final del túnel y de la canción, como cálido y reivindicador refugio para nuestros más enraizados conceptos. En efecto, resulta imposible no rendirse a la inmaculada pureza y sencillez de lo que sigue:
Es la bandera de la patria mía
Del sol nacida, que me ha dado Dios
¡Claros y precisos versos que cortarán de cuajo cualquier retorcimiento por parte de las impunes criaturas a quienes confiaremos el futuro de la Patria! Alabado sea ese mismo Dios que, amén de darme esa bandera que nació del sol…
Esperen, esperen… ¿En qué quedamos? ¿La bandera nació del sol? Pero si nació del sol, ¿Por qué decimos que me ha dado Dios? ¿Dios vendría a ser el Sol? ¿Es que ahora abandonamos nuestro tradicional catolicismo apostólico romano para volvernos burdos paganos idólatras, adoradores del Astro Rey? ¿Qué somos, ahora? ¿Egipcios, griegos, aztecas, bosquimanos? Más aún, ¿a qué entonces tanto homenaje a Belgrano, hasta aquí supuesto creador de la bandera, si ahora quedamos en que a la bandera nos la ha dado Dios y además nació del Sol? ¿Belgrano vendría a ser un mero intermediario? ¡Ah, maldita la hora en que me enseñaron la letra de Aurora! Ya no sé en qué creer. ¡Dios mío! ¿Por qué no me hiciste bielorruso, australiano o keniata? ¿Cómo volver a sentirme orgulloso y vibrante de argentinidad ante tamaño desatino al que nos ha arrastrado nuestra irresponsable chiquillería escolástica?
Y es entonces que vengo, en ardiente epifanía en el epílogo de esta vacilante reflexión, a vindicar como único concepto claro e inmarcesible de nuestra lírica patriótica el magnífico verso que define, con paladina exactitud, nuestra más profunda idiosincracia y el modo más primordial que cobra nuestro sentir nacional cuando la vista del enemigo común:
Con valor, Susvín culos rompió
Sí, ni más ni menos que el viejo y querido general Susvín, personaje amado -en instintiva sabiduría- por todos los niños criollos, mítico ser de quien el luminoso nombre es omitido pérfida y minuciosamente por todos los historiadores en cuyas fuentes hayamos tenido la desgracia de abrevar.
¡Ah, historiadores argentinos, tradicionales o revisionistas, enfrentados en nimiedades, igualados en necedad! Que las generaciones futuras sepan reparar lo que nosotros y nuestros antepasados tan torpemente hemos venido destruyendo a lo largo de doscientos años de obtusa iconoclasia.