domingo, 25 de noviembre de 2012

Bestie, el de los laberintos invisibles


Lo llamaron The Belfast Boy, por su ciudad natal. Y lo llamaron también El Quinto Beatle, por su pelo largo, con flequillo incluido, además de su cara de nene rebelde que se quería hacer el malo y nunca le salía. Sí, seguramente que podría haber sido uno más de la banda de Liverpool (de la que era fanático) aunque según parece jamás en su vida tuvo una guitarra en la mano. Aún así, ¿quién me prohíbe imaginármelo a dúo con Ringo cantando With a little help from my friends

Pero George Best decidió ser otra cosa. Algo que por suerte no tengo que imaginar. Ahí están los videos para mostrarme a un genio suelto, compartiendo época con los Fab Four

Llegó a Inglaterra en 1964 desde la Irlanda del Norte, para jugar en el Manchester United, que había ido a buscar su talento y sus goles. Y si hubo algo que George le dio a los Reds fue talento y goles. Una vez escuché decir que se trataba de un típico exponente de los siete locos, esos wines que llenaban la derecha de la cancha de gambetas y locuras. Sin dudas, bien merecido tiene su lugar en la cofradía de Garrincha y del Hueso Houseman, porque al igual que ellos George jugaba de siete y estaba loco y, al igual que Mané y que René, hacía desparramos. Tan loco estaba, que de pronto se aburría de la raya de cal y se iba a jugar de cualquier otra cosa en cualquier parte del campo. Take it easy, los desparramos los seguía haciendo igual. Por derecha, por izquierda o por el medio, con los pies, con la cintura o con la cabeza. 

Nunca supe por qué al hermoso estadio de Old Trafford, donde los Reds juegan de locales, lo llaman El Teatro de los Sueños. Si alguien lo sabe, tenga la delicadeza de no informarme erudita e insensiblemente que esto no haya tenido que algo ver con Bestie. Sí, mejor déjenme pensar que ese nombre tiene su motivo en ese flacucho que usaba la camiseta fuera y las medias bajas, que encerraba a la pelota entre sus piernas delgadas y la llevaba a velocidad de relámpago, que enganchaba cortito quebrando las caderas y enloqueciendo zagueros mientras la pelota se dejaba acunar entre esos pies alados que de pronto la hacían correr por el pasto, feliz y enamorada a fuerza de caricias, para luego mandarla a volar, también feliz, también enamorada, en busca de la red. 

El Manchester United de 1968, que fue campeón de Europa, tenía en sus filas a un Lord, que era el gran Bobby Charlton; y tenía un criminal, que era el desdentado Nobby Stiles. Como en todo buen equipo, hacía falta este para destruir y aquel para pensar. Pero si querés que tu buen equipo sea una leyenda, entonces para eso tenés que tener uno como George Best, uno que haga de wing, de mago, de enganche, de artista, de goleador, de bailarín. De loco.

Y mientras en Old Trafford los sueños de todos los hinchas del United se hacían realidad al conjuro de los botines del irlandés más famoso, afuera la vida era una fiesta. Al winger melenudo le gustaba meter goles y ridiculizar defensas, pero también le gustaban mucho las chicas, y a las chicas les gustaba él. Y también le gustaban los bares. “Yo no salgo de casa con intención de emborracharme. Simplemente sucede”. Salía de jugar y se iba a chupar por ahí. Y no había más remedio que perdonarle esas patinadas, porque en la cancha seguía dibujando arabescos e inflando redes. Además, seamos justos, no toda la culpa era de él. “Cada vez que llego a un lugar, hay setenta personas que me invitan a beber”, explicaba. “Y yo no sé decir que no”. No iba a ser el gran George el que desairara a un colega de copas. Eso no lo hace un caballero, señores.

En 1974 su campaña en el United llegó al final. Habían sido años llenos de gloria, y también con algunos problemas. El chico de Belfast se fue en silencio a seguir fabricando sueños en otros países y con otras camisetas. Y como la vida tiene eso, llegó el momento en que la nostalgia empezó a llenarle la boca de ese sabor que es a la vez dulce y amargo, cuando se mira para atrás y se encuentra un pasado lleno de momentos que ya no van a volver. George tenía siempre una sonrisa para los recuerdos buenos, que eran muchos, pero también para los más duros. Por ejemplo: “En 1969 dejé de beber. Fueron los peores veinte minutos de mi vida”. 

La rueda continuó su camino algún tiempo más, por distintos países. El flaquito pelilargo que alguna vez había hecho hervir la sangre de todo Manchester anduvo jugando en Escocia, en la Irlanda católica, en Estados Unidos. La magia seguía estando, el físico empezaba a no acompañar. En 1984, diez años después de haber dejado a los Reds, Bestie decidió cerrar la fábrica de sueños para siempre. Vino una nueva vida, con su día después, con un par matrimonios, con hijos, con más problemas, con alguna entrada a la cárcel. Los años seguían llegando sin pedir permiso, George continuaba en las andadas y entonces vino un momento en que el hígado le pidió jubilación y reemplazo. Siguió adelante, su salud empeoró. El 3 de Octubre de 2005 ingresó al hospital Cromwell, en Londres, con una infección renal. Y cuando salió el sol del 25 de Noviembre, el Belfast Boy cerró los ojos y se llevó sus gambetas al cielo de los locos (que es el cielo al que me gustaría ir).

Bueno, espero que les haya gustado conocer a George Best. Alguna vez soñó con una selección de Irlanda unida. Alguna vez dijo “Gasté la mitad de mi dinero en alcohol y mujeres, el resto lo despilfarré”. Y alguna vez, hace mucho tiempo en Old Trafford, supo llenar el aire de laberintos invisibles.