No se puede hacer una revolución sin mujeres.
Por eso, en aquellos años en Nicaragua vivieron y murieron Luisa Amanda Espinoza, Blanca Arauz, María Castil, Claudia Chamorro, Mildred Abaunza...
Por eso también vivió y murió Arlen Siu, saeta de mil colores, mariposa clandestina.
Fue ella la que les hizo entender a todos que sin mujeres no habría revolución. Y vaya si la entendieron.
Papá Siu Lau había venido de China, donde había peleado con el Ejército Comunista Revolucionario, y en Nicaragua había conocido a mamá Rubia Bermúdez, que se llamaba Rubia aunque era más bien morocha. Entonces, en 1955 nació Arlen, y desde el primer momento fue para siempre la chinita de Jinotepe, su pueblo natal.
Arlen era feliz cuando tenía en las manos su guitarra, su acordeón, o su flauta. También lo era cantando, escribiendo o pintando. Y más feliz aún era cuando dejaba todo para marchar en misiones de alfabetización a las localidades rurales de Carazo, su provincia.
Fue entonces cuando conoció de cerca la pobreza y el desamparo, cuando vio de frente la cara impiadosa de la dictadura somocista. Y escribió María Rural, su inmortal poema hecho de palabras simples y de lágrimas. Después, tomó la guitarra y lo convirtió en canción.
En 1972 un terremoto se tragó a Managua. Devastados miles de hogares, desbordados los hospitales de todo el país, la provincia de Carazo acogió a una multitud de refugiados. La niña mitad china y mitad nicaragüense se instaló en el albergue y se dio a los heridos en cuerpo y alma. Como lo había hecho siempre, desde cuando para la Navidad o el día de las madres se iba por los barrios juntando ropa usada y alimentos para las familias más pobres, que eran siempre muchas.
¿Dónde está Arlen, donde está su hija? preguntaron un día los vecinos a mamá Rubia. Faltaban en las calles de Jinotepe la muchacha hermosa y muchos de los gorriones jóvenes. La chinita se había hecho una soldadera del Frente Sandinista, y con ella varios de sus amigos. Se había ido a la montaña llevando a la espalda su guitarra, para cantar las injusticias, los crímenes y el dolor sin edad de Nicaragua; y su fusil, para luchar contra el interminable Somoza y por una revolución a la que desde entonces pertenecería por siempre.
Por eso, en aquellos años en Nicaragua vivieron y murieron Luisa Amanda Espinoza, Blanca Arauz, María Castil, Claudia Chamorro, Mildred Abaunza...
Por eso también vivió y murió Arlen Siu, saeta de mil colores, mariposa clandestina.
Fue ella la que les hizo entender a todos que sin mujeres no habría revolución. Y vaya si la entendieron.
Papá Siu Lau había venido de China, donde había peleado con el Ejército Comunista Revolucionario, y en Nicaragua había conocido a mamá Rubia Bermúdez, que se llamaba Rubia aunque era más bien morocha. Entonces, en 1955 nació Arlen, y desde el primer momento fue para siempre la chinita de Jinotepe, su pueblo natal.
Arlen era feliz cuando tenía en las manos su guitarra, su acordeón, o su flauta. También lo era cantando, escribiendo o pintando. Y más feliz aún era cuando dejaba todo para marchar en misiones de alfabetización a las localidades rurales de Carazo, su provincia.
Fue entonces cuando conoció de cerca la pobreza y el desamparo, cuando vio de frente la cara impiadosa de la dictadura somocista. Y escribió María Rural, su inmortal poema hecho de palabras simples y de lágrimas. Después, tomó la guitarra y lo convirtió en canción.
En 1972 un terremoto se tragó a Managua. Devastados miles de hogares, desbordados los hospitales de todo el país, la provincia de Carazo acogió a una multitud de refugiados. La niña mitad china y mitad nicaragüense se instaló en el albergue y se dio a los heridos en cuerpo y alma. Como lo había hecho siempre, desde cuando para la Navidad o el día de las madres se iba por los barrios juntando ropa usada y alimentos para las familias más pobres, que eran siempre muchas.
¿Dónde está Arlen, donde está su hija? preguntaron un día los vecinos a mamá Rubia. Faltaban en las calles de Jinotepe la muchacha hermosa y muchos de los gorriones jóvenes. La chinita se había hecho una soldadera del Frente Sandinista, y con ella varios de sus amigos. Se había ido a la montaña llevando a la espalda su guitarra, para cantar las injusticias, los crímenes y el dolor sin edad de Nicaragua; y su fusil, para luchar contra el interminable Somoza y por una revolución a la que desde entonces pertenecería por siempre.
Estaban en una escuela de entrenamiento en El Sauce, cuando supieron que se aproximaban los asesinos de la Guardia Nacional. Caen por sorpresa y no hay tiempo para nada, más que para resistir a balazos hasta donde se pueda. Arlen es herida y toma su última decisión. "Yo aquí me quedo cuidando la retaguardia, escapen ustedes". Y se quedó para siempre en la montaña donde, dicen, hoy nace un arroyo que viene cada tanto a cantarle. Me gusta imaginar que todos los días la niña y el manantial cantan juntos a la nueva Nicaragua nacida de tanto dolor.
Arlen tenía 20 años como los tenía Rugama, que la había antecedido como poeta y como soldado. Hoy es bandera y es memoria.
Arlen Siu. Saeta de mil colores, mariposa clandestina.
Arlen tenía 20 años como los tenía Rugama, que la había antecedido como poeta y como soldado. Hoy es bandera y es memoria.
Arlen Siu. Saeta de mil colores, mariposa clandestina.